REPÚBLICA BOLIVARIANA DE
VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA
EXPERIMENTAL LIBERTADOR
INSTITUTO PEDAGÓGICO DE
CARACAS
SUBDIRECCIÓN DE INVESTIGACIÓN
Y POSTGRADO
DOCTORADO EN CULTURA Y ARTE PARA AMÉRICA LATINA Y EL
CARIBE
Curso: Modernidad y Postmodernidad y sus efectos en
Latinoamérica y el Caribe
Profesor: Dr. Jorge
Bracho
Participante: Manuel Bas
Caracas, 13 de abril
de 2016
¿IDENTIDAD CULTURAL O
IDENTIDAD NACIONAL?
(Problemática acerca del uso
de los términos en América Latina)
“Como en los delirios de Antonin Artaud, pasamos a
reconocernos en personajes de otras historias y en paisajes de otras
geografías, tal vez sin instalarnos
nunca del todo en ellas”. Martín Hopenhayn en R. Follari y R. Lanz
(Comps.) (1998, p. 33).
“Las heridas que tenemos son las libertades que nos
faltan”. José Martí en F. Calderón, M. Hopenhayn y E.
Ottone (1996, p. 76).
Introducción
El presente título surge de la lectura del trabajo de Bracho (2016):
“Originalidad y representación. El imperativo de un sí mismo colectivo”, del
cual haré una serie de reflexiones
encaminadas hacia el análisis de las implicaciones de lo que en América Latina
se ha entendido por “identidad cultural” e “identidad nacional”, que de acuerdo
con el epígrafe, que el autor citado, refiere de (Grimson, 2011: 137), en el
que sostiene que cultura e identidad aparecen a menudo como vocablos
(conceptualizaciones) superpuestos, otras veces como sinónimos intercambiables,
lo que de alguna manera dificulta su clara enunciación, que en mi opinión, es el
centro de la problemática. Siguiendo esta idea, no es fácil aclarar los
términos: identidad, cultura y nación por su carácter polisémico, el mismo
Bracho (ob. cit) nos coloca la interrogante ¿cuáles son y por dónde se
desplazan las fronteras culturales y las identitarias? Una Pregunta simple de
respuestas complejas. No hay consenso entre sociólogos, historiadores,
filósofos, antropólogos, politólogos en relación a las conceptualizaciones de
cultura, identidad y nación. Al respecto, más que intentar aclarar el panorama,
intento más bien, hacer algunas
reflexiones para el análisis, con la interrogante siempre delante, dispuesta a
abrir nuevos debates sobre el particular.
Identidad y cultura
Para Bracho, indagar sobre identidad y
cultura implica seguir la huella por donde se han desplazado las
representaciones que se han hecho de ellas en América Latina, que, no obstante,
refieren imágenes, conceptos y situaciones que le dan fisonomía particular en
los distintos momentos de la historia, que arranca de la emancipación
hispanoamericana, y se va concretando a mediados del siglo XX, cristalizado en
términos tales como: latinidad, mestizaje, indigenismo, afro descendientes. Sin
embargo, la situación es más compleja de lo aparente. La identidad interroga
¿qué somos? pregunta que está planteada desde los tiempos del Inca Garcilaso de
la Vega (1539-1616) en su obra Comentarios Reales (1609-1617), y Bolívar en
1819 en su célebre “Discurso de Angostura”, por lo tanto la cosa no es fácil de
descifrar, esto se debe en parte a nuestra naturaleza cultural diversa,
heterogénea, que es de alguna manera, lo que somos; pero lo dificultoso de
saber: cuál es nuestra esencia, es seguir el hilo de Ariadna que nos lleva por
el laberinto de un pasado histórico que es una especie de minotauro que devora
toda intención intelectual que busca descifrarla. En el laberinto de nuestro
pasado se ha intentado, al menos en el siglo XX, saber cuál es nuestra
identidad, lo que denomina Bracho “sí mismo colectivo”, que está vinculado de
raíz al proceso cultural que se dio en tierras de América a partir de la
ocupación europea. Quizá sea esta la causa de que empleemos ambos términos como
sinónimos, aunque sabemos, que existe en ellos, diferenciación sustancial, pero
está cargado de ambigüedad lo que vendría
a explicar que se superpongan los términos.
Claro está, ambas elaboraciones
conceptuales llevan implícitas el fenómeno racial, que si lo dejamos de lado,
no pudiéramos entender el complejo y hermético mosaico heterogéneo de nuestra
identidad y cultura. De acuerdo con Outlaw (2001): “La raza es una creación
social”. (p. 51). Para este autor, la raza aglutina muchas culturas de diversas
naturalezas, cuyos avances socioculturales implican una constante
transformación, a la que hay que sumarle, según Él, la heterogeneidad
biológica, y las transformaciones en lo social, lo cultural, lo político y lo
económico surgido en los siglos XVII y XVIII en Francia, Inglaterra y los
Estados Unidos, en el marco de la modernidad, que influyeron en los aspectos culturales,
identitarias y nacionales (idea de nación), en América, que de alguna manera
incidieron en lo que Bracho denomina “sí mismo colectivo”, que sería ingenuo
creer que se refiere a un “colectivo cautivo” sin influencia externa, el mejor
ejemplo de ello, al menos en Venezuela, después de la firma del Acta de la
Independencia, fue la primera y segunda República en el siglo XIX, donde se
comienza a gestar la idea de patria e identidad nacional, y la fisonomía de
República, y más tarde de Estado-Nación, que tuvo como referentes la Revolución
Francesa y la Revolución de los Estados
Unidos de América.
Para Bracho, el Estado jugó un papel
fundamental en la construcción de pueblo constituidos por ciudadanos,
naturalmente apoyado en teorizaciones liberalistas como marco histórico: la
Revolución Francesa (1789) y la Revolución de los Estados Unidos de América
(1776), que según Wallerstein (1996), el siglo XIX vivió bajo el influjo de la Revolución Francesa, la cual proclamó
contra la soberanía del monarca la soberanía del pueblo (los individuos son
iguales) como actores políticos y sociales para definir la República, que fue
de algún modo, el más grande logro del liberalismo como expresión de la
modernidad. En América la idea de República, de Patria exigió la búsqueda del
alma nacional, espíritu nacional, esencia nacional, carácter nacional, que para
Bracho, parecieran tener referentes culturales, que se van a asentar a partir
de la segunda mitad del siglo XX, donde la identidad nacional y la identidad
cultural se superpongan una a la otra, y están estrechamente relacionadas a la
tradición política occidental como una especie de “mimesis” que tiene su
referente en los procesos de transformación política que vivió Europa, a partir
del siglo XVIII.
Sin embargo, para Wallerstein (1996), esto
no deja de tener complicaciones en el sentido de que no queda claro que grupos
constituyen el pueblo y cómo delimitar la voluntad general de todo el pueblo.
De modo que el siglo XIX, en relación a lo arriba planteado, para Bracho, es
una combinación de los ámbitos político y cultural, que obligó además, a dar
una revisión a las elaboraciones teóricas coloniales y republicanas para
reencontrarnos con lo nuestro, nuestras raíces, lo propio, que naturalmente
tiene unas profundas raíces occidentales, que van a contribuir a la idea de
República, Patria, Estado, Nación que se van a extender hasta el presente.
¿Lo nacional?
Antes de entrar en el tema de lo nacional,
hay que hablar primero de nación. Este término deriva del latín natío, que a su
vez se origina de nasci que significa nacer, que se aplicó en el mundo antiguo
al lugar de nacimiento de grupos humanos, luego a una comunidad de la mismas
raza, lengua, institución y cultura. En el sentido moderno, surge a raíz de los
movimientos políticos suscitados a raíz de la Revolución Francesa y de Americana
en el siglo XVIII. Para Smith (2000) la nación es un proceso evolutivo y de
voluntarismo con una dosis de activismo político y de viejas raíces
etnoculturales que vienen a conformar sus bases. Este autor, señala tres
elementos fundamentales en el proceso para el
surgimiento de las modernas naciones. Ético-filosófico, lo cual refiere
el papel que juega la nación en los asuntos humanos; antropológico-políticos,
el cual define socialmente a la nación en el sentido étnico y cultural, e
histórico-sociológico, que sustenta el papel que desempeña la nación como
comunidad inmemorial y evolutiva de profunda raíces históricas y de vínculos
culturales.
Ahora bien, cuando hablamos de identidad nacional hay un “algo” que nos
caracteriza, nos da cierta particularidad distintiva. En torno a la idea de
nación ha existido un extenso debate que la sitúa en dos posiciones más bien
extremas y reduccionistas: modernidad clásica y perennialista, que Smith (ob.
cit.) considera dicotómicas, antagónicas, reduccionista y dogmática, sin
embargo, en mi opinión, en ambas posturas existen elementos válidos que pueden
ser reconciliables, con las que se pudiera elaborar una conceptualización más
racional y lógica. Veamos con más detalle el asunto. Ambas tesis están
elaboradas sobre las arenas movedizas de la parcialidad. Sólo para ilustrar,
abordemos dos puntos antagónicos de ellas y veremos sus contradicciones. La
perennialista define a la nación como una comunidad cultural; mientras que la
de la modernidad clásica como una comunidad política. De estos planteamientos,
cabe preguntarse: ¿Acaso puede existir una nación como comunidad cultural, que
en el seno de ella excluya el aspecto político como creación humana, o qué la
comunidad política, no se considere a sí misma como parte de la creación
cultural? Siguiendo el razonamiento
anterior, es posible según la tesis de la modernidad clásica ¿crear una nación
considerando sólo el presente, de la nada, sin recurrir a las raíces históricas
de los pueblos, a sus tradiciones? Recordemos que nada se crea de la nada; en
caso contrario, ¿es razonable quedarnos estancados en el pasado, sin que hayan
cambios sustantivos en una sociedad como lo pretende la tesis perennialista?
Obviamente no. Toda nación es una mezcla de ambas tesis (presente y pasado), es
decir de lo moderno y de lo inmemorial. Claro está, cuando nos referimos a las
modernas naciones, hablamos de la formación de nuevos espacios
político-territorial, de Estado-Nación, surgidos en Europa en el marco de la
Revolución Francesa; pero su invocación no puede eludir el ayer, recordemos que
las primeras formas de organización política tienen sus antecedentes en la Grecia
antigua.
En la formación de las modernas naciones
europeas, según Bracho (ob. cit.), influyó intereses de naturaleza diversas, en la que el
Estado jugó un papel importante en la construcción de pueblos y de ciudadanía.
Para este autor, el término pueblo no debe invocarse de manera unívoco. Lo
nacional, convoca lo que Jorge Bracho denomina “yo colectivo o, la búsqueda de
un sí mismo colectivo” (p. 22), que yo denomino un cierta fisonomía, particularidad
dentro de la diversidad, una manera muy peculiar de ser, un colectivo con unos
valores y una cultura muy heterogénea y una historia propia, que en el caso de
Venezuela, invoca a la gesta heroica de
la Independencia, que es la razón de ser de la Patria o Nación venezolana. El
planteamiento de Bracho, alude la gesta de la Independencia como la causa
primigenia de la fundación de la República de Venezuela, por ello se acude al
mito originario de la figura heroica, al culto del héroe, a los símbolos patrios,
que Baralt, según este autor, reafirma en su Historia de Venezuela escrita en
1841, poniendo de relieve la hazaña heroica de la Independencia de Venezuela
(como lo de carácter nacional).
La Independencia de Venezuela estuvo bajo
el influjo de la Revolución Francesa y la Revolución de los Estado Unidos de
América, su primera Constitución Nacional de carácter liberal (1811) no deja
dudas al respecto. A pesar de que de alguna manera la Independencia, es una
reacción contra la Europa expansionista; es al propio tiempo una invocación a
ella, Simón Bolívar, el líder más preclaro de América Hispana, lo expresaba, en
1819 en el Discurso Angostura de esta manera: “Americanos por nacimiento y
Europeos (sic) por derechos…”, refiriéndose a los nacidos en suelo americano.
No olvidemos que la guerra de independencia tuvo como motor un alto contenido
social, económico, político y cultural (ver Carta de Jamaica, 1815), los cuales
jugaron un papel fundamental en lo relacionado con lo nacional o la
nacionalidad ¿Quiénes son, después de la gesta emancipadora, los ciudadanos con
derechos civiles? ¿Qué papel jugó la cultura en este proceso?
Al respecto, Hopenhayn en Follari y Lanz
(Comps.) (1998); Hopenhayn (2000), refiriéndose al proceso cultural que se
produjo en América Latina, lo define como una síntesis que se manifestó a través de la creación artística a lo largo de los siglos XVIII y XIX que se
puede visualizar en las fiestas
populares, la danza, la música, el arte, la literatura, en la que se puede
apreciar esa ambigüedad cultural, una historia hecha de mezcla y coexistencia progresiva de identidades
étnico-cultural, lo que viniera a explicar y a justificar el papel que ha
jugado la cultura, en el carácter nacional, en la identidad nacional. Al
respecto Calderón, Hopenhayn y Ottone (1996), se expresan así de los
latinoamericanos: “Los latinoamericanos hablan sobre todo lenguas de origen
europeo, forman parte de tradiciones étnicas y culturales que tienen, la mayor
parte de ellas, raíces muy profundas en
Europa, en otros lugares del mundo como África, incluso Asia. (p. 82). ¿Qué
somos entonces los latinoamericanos? ¿Con qué nos identificamos? ¿Poseemos una
identidad nacional los venezolanos? Obviamente que sí. Pero lo propio, lo nuestro,
lo que nos identifica como venezolanos y latinoamericanos, en muchos casos,
tiene raíces profundas que se remontan al mundo antiguo, como la lengua, la
religión, vemos aquí, que la tradición habla mejor que la modernidad.
Lo original del
latinoamericano
Esto nos obliga a reflexionar sobre nuestras raíces. Un qué somos los
latinoamericanos, cosa no fácil de resolver. Es ir a nuestra esencia que se
ubica en un pasado muy contradictorio, como lo es también, lo que somos. Esto
ha sido tema de reflexión y de análisis de muchos intelectuales, filósofos,
sociólogos e historiadores, quienes han encontrado en este tema un camino
escabroso, escarpado, con muchas aristas. La conexión hispano-americana denota
una diferenciación resplandeciente de una diversidad cultural, con frecuencia
rechazada por propios y extraños.
Este complejo mosaico cultural
heterogéneo, de origen distinto, que el historiador español Rubert Ventos
citado por Cervigón (2008) en Garrido (2008) denomina “el laberinto de la
hispanidad”, aludiendo al laberinto del palacio de Cnossos, famoso por lo
intrincado, en la que los que entraban en él, les dificultaba su salida, y en
la mayoría de los casos, se perdían o terminaban devorados por un monstruo, el
Minotauro. De igual manera, la búsqueda de lo qué somos los latinoamericanos,
ha devorado páginas enteras de argumentaciones, muchas de ellas, se han perdido
en estériles ejercicios intelectuales que no explican, sino más bien complican
el asunto. Esa identidad producto de la combinación de elementos culturales
provenientes de la América, África y Europa; estas últimas ya mestizas en
tiempos del descubrimiento, que Carlos Fuentes, en una entrevista de Sergio
Marras (1992) citado por Calderón, Hopenhayn y Ottone (1996), Hopenhayn en
Follari y Lanz (Comps.) (1998) denomina “indo-afro-ibero-américa”, la Latino
América, que es para Bracho un conjunto de conceptos, imágenes y situaciones
que le han otorgado fisonomía en distintos momentos de la historia, producto de
interconexiones, intercalaciones, superposiciones para afianzar su originalidad
(latinidad).
Para Bracho, América Latina como hija de
la modernidad, se sustenta en la idea de progreso civilizador y modernizante, de la que Europa le sirvió de molde. La idea moderna de
identidad en América Latina está asociada con latinidad, mestizaje, nación,
cultura; que de alguna manera es la expresión de un “yo colectivo o, la
búsqueda de un sí mismo colectivo”, como apunta Bracho. Una especie de atributo
nacional, que emerge de la dimensión política y cultural del siglo XIX latinoamericano. Un primer intento de
búsqueda de latinidad encarna en la obra
Ariel (1900), de José Enrique Rodó, que tiene como telón de fondo lo occidental
de América Hispana. El arielismo se configura como la representación ideológica
que se caracteriza como la oposición al utilitarismo anglosajón, imponiendo los valores de la
cultura grecolatina. Es de algún modo una visión idealista, romántica de lo que
debería ser la cultura latinoamericana, como modelo de nobleza y elevación espiritual.
En esa búsqueda de lo original de lo
latinoamericano, la Revolución Mexicana (1910) encabezada por la mayoría
mestiza, sirvió de estandarte a dicho suceso, que además pobló la literatura, y
combatió la "cultura orbe" impuesta por una élite anclada en el
positivismo dieciochesco europeo. La idea de mestizaje, fue expresada en
Bolivia, en manos de Franz Tamayo como la imagen cultural de esta nación. En
Vasconcelos (raza cósmica) y en Ricardo Rojas (eurindia) el mestizaje es la
expresión más acabada de la identificación del nativo con su territorio, en
virtud de una ley universal de geografía humana, que busca juntar al
nacionalismo y el relativismo cultural. De estos pensadores, quizá sea José
María Arguedas (1973), en la que el mestizaje es concebido como un movimiento
dinámico y dialéctico que lejos de debilitar a los pueblos originarios del
Perú, saldrán más fortalecidos con la transculturación, cuyos inicios datan,
según este autor, de la conquista, colonización y evangelización europea. Para
Bracho (ob. cit.), tanto la idea de latinidad como la de mestizaje representan
un intento de definir la identidad latinoamericana, que está asociada, como
señala Claude Levi-Strauss (2000) citado por Bracho, a una construcción social
que puede experimentar cambios en su contenido a lo largo de la historia. Fue
de esta manera que la identidad se
convertiría en el fundamento esencial de las comunidades nacionales, es tan
así, que para Franz Tamayo citado por Bracho (Ob. cit.) la identidad esté
asociada a la imagen de la nación; la auténtica identidad latinoamericana.
El reto para los
latinoamericanos
Esto no es un camino fácil. Recordemos lo que Karel Kosick (1967), en relación al ser
humano, a lo que el hombre es, de esta manera: “El hombre vive en varios
momentos, cada uno exige una clave distinta; no puede, en consecuencia, pasar
de un mundo a otro sin poseer la clave correspondiente, es decir, sin cambiar
de intencionalidad y de modo de aproximarse a la realidad". (p. s/n.). En
el caso del ser latinoamericano, que vive momentos de cambios sustanciales,
complejos procesos sociales y culturales, no es fácil definir bien la
latinidad, más aún, si recordamos lo que plantea Jean Blondel citado por Aubá
(1982), cuando expresa: “misterio es misterio porque no somos capaces de
comprender la racionalidad de una secuencia de sucesos… (p. 182). De cómo
engranar la realidad de una manera coherente, que podamos predecir el futuro,
cada vez más incierto, es un gran reto, y si a lo expresado por este autor, le
sumamos la reflexión de Marc Augé citado por Pérez (2004), en su obra: Los “no
lugares” espacios del anonimato. Una antropología de la sobre modernidad, en la
que refiriéndose a la época actual, que es productora de no lugares, espacios
que no son identitarias, ni
relacionados, ni históricos, zonas efímeras y enigmáticas que crecen y se
multiplican, donde las distancias se acortan, el contexto intercultural es cada
vez más frecuente. Vivimos en el tiempo de la “anécdota del ahora”, donde los
tiempos de los relojes chocan con el tiempo real, cómo definir nuestra
latinidad. Si consideramos además, eso que Strinati (1995) citado por Picó
(1999) denomina la anunciación de un
nuevo orden social en que la importancia y el poder de los medios de
comunicación y la cultura popular gobiernan y configuran todas las otras formas
de relaciones sociales, de una cultura esencialmente figurativa. Ese nuevo
orden, esencialmente figurativo, de la economía digital, del lenguaje
informático estandarizado como único idioma (universal), eso que McLuhan citado
por Picó (ob. cit.), denomina implosión, es decir, el paso de la estructura
centro-periférica de la civilización industrial, a la sincronía y la simultaneidad
de los hechos, gracias a la cultura digital. En este contexto, cabe preguntarse:
¿Dónde queda, en un mundo como este, la geografía, la historia, la ascendencia
étnica, la lengua, la religión que caracterizan a la nación? ¿Cómo elaborar una
teoría general que sea de aplicación a todos los casos, y resolver las
contradicciones por cada tema conflictivo de forma coherente y sistemática en
el mundo actual? La búsqueda de lo latinoamericano sigue siendo hoy, al igual
que ayer, una quimera que nos interroga como a Edipo Rey la esfinge en la antigüedad ¿Qué es el
hombre? ¿Qué somos los latinoamericanos? ¿Cuál es nuestro destino?
Conclusiones
Cultura e identidad son términos que se han empleado de manera
superpuesta, intercambiable como sinónimos a lo largo de la historia, lo que
dificulta una conceptualización clara, que permita comprender por dónde se han
desplegado su representación en América Latina para darle a ella, cierta
fisonomía. Un intento de buscar la latinidad se expresa en terminologías tales
como: mestizaje, indigenismo, afro descendiente, que colindan con la idea de
nación que refiere adjetivos como alma nacional, esencia nacional, espíritu
nacional, carácter nacional; que tienen connotación de carácter cultural, que
está estrechamente vinculado al ámbito político.
Pero más allá de todo esto, qué somos los
latinoamericanos hoy, y qué identidad debemos adoptar más allá de la tradición
venida de la modernidad, es decir, de lo que Marc Augé denomina sobremodernidad
(surmodernité) o hipermodernidad (hypermodernité), que es el signo de nuestro
tiempo, la cual implica nuevas relaciones con los nuevos espacios del planeta
(digital), y una nueva individualización, una nueva ideología del presente, de
un presente constantemente cambiando. Aquello que Habermas en Baudrillard y
Otros (1998), denomina el nuevo valor aplicado a lo transitorio, lo alusivo y
lo efímero, que revela el anhelo de un presente impoluto, inmaculado y estable.
Dentro del presente-cambiante de las interconexiones digitales de la cultura
global, de la segunda modernidad (la cultura) ¿Dónde queda la originalidad y
representación y el imperativo de un sí mismo colectivo? Para decirlo con
palabras de Bracho (2016) ¿Cuáles son y por donde se desplazan las fronteras
culturales y las identitarias en el presente latinoamericano?
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