miércoles, 25 de mayo de 2016

¿IDENTIDAD CULTURAL O IDENTIDAD NACIONAL?







REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADOR
INSTITUTO PEDAGÓGICO DE CARACAS
SUBDIRECCIÓN DE INVESTIGACIÓN Y POSTGRADO
DOCTORADO EN CULTURA Y ARTE PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Curso: Modernidad y Postmodernidad y sus efectos en Latinoamérica y el Caribe
Profesor: Dr. Jorge Bracho
Participante: Manuel Bas
Caracas, 13 de abril  de 2016


¿IDENTIDAD CULTURAL O IDENTIDAD NACIONAL?
(Problemática acerca del uso de los términos en América Latina)

“Como en los delirios de Antonin Artaud, pasamos a reconocernos en personajes de otras historias y en paisajes de otras geografías, tal vez sin instalarnos  nunca del todo en ellas”. Martín Hopenhayn en R. Follari y R. Lanz (Comps.) (1998, p. 33).

“Las heridas que tenemos son las libertades que nos faltan”. José Martí en F. Calderón, M. Hopenhayn  y  E. Ottone (1996, p. 76).

Introducción
     El presente título surge de la  lectura del trabajo de Bracho (2016): “Originalidad y representación. El imperativo de un sí mismo colectivo”, del cual  haré una serie de reflexiones encaminadas hacia el análisis de las implicaciones de lo que en América Latina se ha entendido por “identidad cultural” e “identidad nacional”, que de acuerdo con el epígrafe, que el autor citado, refiere de (Grimson, 2011: 137), en el que sostiene que cultura e identidad aparecen a menudo como vocablos (conceptualizaciones) superpuestos, otras veces como sinónimos intercambiables, lo que de alguna manera dificulta su clara enunciación, que en mi opinión, es el centro de la problemática. Siguiendo esta idea, no es fácil aclarar los términos: identidad, cultura y nación por su carácter polisémico, el mismo Bracho (ob. cit) nos coloca la interrogante ¿cuáles son y por dónde se desplazan las fronteras culturales y las identitarias? Una Pregunta simple de respuestas complejas. No hay consenso entre sociólogos, historiadores, filósofos, antropólogos, politólogos en relación a las conceptualizaciones de cultura, identidad y nación. Al respecto, más que intentar aclarar el panorama, intento más bien,  hacer algunas reflexiones para el análisis, con la interrogante siempre delante, dispuesta a abrir nuevos debates sobre el particular.

Identidad y cultura

     Para Bracho, indagar sobre identidad y cultura implica seguir la huella por donde se han desplazado las representaciones que se han hecho de ellas en América Latina, que, no obstante, refieren imágenes, conceptos y situaciones que le dan fisonomía particular en los distintos momentos de la historia, que arranca de la emancipación hispanoamericana, y se va concretando a mediados del siglo XX, cristalizado en términos tales como: latinidad, mestizaje, indigenismo, afro descendientes. Sin embargo, la situación es más compleja de lo aparente. La identidad interroga ¿qué somos? pregunta que está planteada desde los tiempos del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) en su obra Comentarios Reales (1609-1617), y Bolívar en 1819 en su célebre “Discurso de Angostura”, por lo tanto la cosa no es fácil de descifrar, esto se debe en parte a nuestra naturaleza cultural diversa, heterogénea, que es de alguna manera, lo que somos; pero lo dificultoso de saber: cuál es nuestra esencia, es seguir el hilo de Ariadna que nos lleva por el laberinto de un pasado histórico que es una especie de minotauro que devora toda intención intelectual que busca descifrarla. En el laberinto de nuestro pasado se ha intentado, al menos en el siglo XX, saber cuál es nuestra identidad, lo que denomina Bracho “sí mismo colectivo”, que está vinculado de raíz al proceso cultural que se dio en tierras de América a partir de la ocupación europea. Quizá sea esta la causa de que empleemos ambos términos como sinónimos, aunque sabemos, que existe en ellos, diferenciación sustancial, pero está cargado de ambigüedad  lo que vendría a explicar que se superpongan los términos.

     Claro está, ambas elaboraciones conceptuales llevan implícitas el fenómeno racial, que si lo dejamos de lado, no pudiéramos entender el complejo y hermético mosaico heterogéneo de nuestra identidad y cultura. De acuerdo con Outlaw (2001): “La raza es una creación social”. (p. 51). Para este autor, la raza aglutina muchas culturas de diversas naturalezas, cuyos avances socioculturales implican una constante transformación, a la que hay que sumarle, según Él, la heterogeneidad biológica, y las transformaciones en lo social, lo cultural, lo político y lo económico surgido en los siglos XVII y XVIII en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, en el marco de la modernidad, que influyeron en los aspectos culturales, identitarias y nacionales (idea de nación), en América, que de alguna manera incidieron en lo que Bracho denomina “sí mismo colectivo”, que sería ingenuo creer que se refiere a un “colectivo cautivo” sin influencia externa, el mejor ejemplo de ello, al menos en Venezuela, después de la firma del Acta de la Independencia, fue la primera y segunda República en el siglo XIX, donde se comienza a gestar la idea de patria e identidad nacional, y la fisonomía de República, y más tarde de Estado-Nación, que tuvo como referentes la Revolución Francesa  y la Revolución de los Estados Unidos de América.

     Para Bracho, el Estado jugó un papel fundamental en la construcción de pueblo constituidos por ciudadanos, naturalmente apoyado en teorizaciones liberalistas como marco histórico: la Revolución Francesa (1789) y la Revolución de los Estados Unidos de América (1776), que según Wallerstein (1996), el siglo XIX vivió bajo el influjo  de la Revolución Francesa, la cual proclamó contra la soberanía del monarca la soberanía del pueblo (los individuos son iguales) como actores políticos y sociales para definir la República, que fue de algún modo, el más grande logro del liberalismo como expresión de la modernidad. En América la idea de República, de Patria exigió la búsqueda del alma nacional, espíritu nacional, esencia nacional, carácter nacional, que para Bracho, parecieran tener referentes culturales, que se van a asentar a partir de la segunda mitad del siglo XX, donde la identidad nacional y la identidad cultural se superpongan una a la otra, y están estrechamente relacionadas a la tradición política occidental como una especie de “mimesis” que tiene su referente en los procesos de transformación política que vivió Europa, a partir del siglo XVIII.

     Sin embargo, para Wallerstein (1996), esto no deja de tener complicaciones en el sentido de que no queda claro que grupos constituyen el pueblo y cómo delimitar la voluntad general de todo el pueblo. De modo que el siglo XIX, en relación a lo arriba planteado, para Bracho, es una combinación de los ámbitos político y cultural, que obligó además, a dar una revisión a las elaboraciones teóricas coloniales y republicanas para reencontrarnos con lo nuestro, nuestras raíces, lo propio, que naturalmente tiene unas profundas raíces occidentales, que van a contribuir a la idea de República, Patria, Estado, Nación que se van a extender hasta el presente.

¿Lo nacional?

     Antes de entrar en el tema de lo nacional, hay que hablar primero de nación. Este término deriva del latín natío, que a su vez se origina de nasci que significa nacer, que se aplicó en el mundo antiguo al lugar de nacimiento de grupos humanos, luego a una comunidad de la mismas raza, lengua, institución y cultura. En el sentido moderno, surge a raíz de los movimientos políticos suscitados a raíz de la Revolución Francesa y de Americana en el siglo XVIII. Para Smith (2000) la nación es un proceso evolutivo y de voluntarismo con una dosis de activismo político y de viejas raíces etnoculturales que vienen a conformar sus bases. Este autor, señala tres elementos fundamentales en el proceso para el  surgimiento de las modernas naciones. Ético-filosófico, lo cual refiere el papel que juega la nación en los asuntos humanos; antropológico-políticos, el cual define socialmente a la nación en el sentido étnico y cultural, e histórico-sociológico, que sustenta el papel que desempeña la nación como comunidad inmemorial y evolutiva de profunda raíces históricas y de vínculos culturales.

     Ahora bien, cuando hablamos  de identidad nacional hay un “algo” que nos caracteriza, nos da cierta particularidad distintiva. En torno a la idea de nación ha existido un extenso debate que la sitúa en dos posiciones más bien extremas y reduccionistas: modernidad clásica y perennialista, que Smith (ob. cit.) considera dicotómicas, antagónicas, reduccionista y dogmática, sin embargo, en mi opinión, en ambas posturas existen elementos válidos que pueden ser reconciliables, con las que se pudiera elaborar una conceptualización más racional y lógica. Veamos con más detalle el asunto. Ambas tesis están elaboradas sobre las arenas movedizas de la parcialidad. Sólo para ilustrar, abordemos dos puntos antagónicos de ellas y veremos sus contradicciones. La perennialista define a la nación como una comunidad cultural; mientras que la de la modernidad clásica como una comunidad política. De estos planteamientos, cabe preguntarse: ¿Acaso puede existir una nación como comunidad cultural, que en el seno de ella excluya el aspecto político como creación humana, o qué la comunidad política, no se considere a sí misma como parte de la creación cultural? Siguiendo el  razonamiento anterior, es posible según la tesis de la modernidad clásica ¿crear una nación considerando sólo el presente, de la nada, sin recurrir a las raíces históricas de los pueblos, a sus tradiciones? Recordemos que nada se crea de la nada; en caso contrario, ¿es razonable quedarnos estancados en el pasado, sin que hayan cambios sustantivos en una sociedad como lo pretende la tesis perennialista? Obviamente no. Toda nación es una mezcla de ambas tesis (presente y pasado), es decir de lo moderno y de lo inmemorial. Claro está, cuando nos referimos a las modernas naciones, hablamos de la formación de nuevos espacios político-territorial, de Estado-Nación, surgidos en Europa en el marco de la Revolución Francesa; pero su invocación no puede eludir el ayer, recordemos que las primeras formas de organización política tienen sus antecedentes en la Grecia antigua.

     En la formación de las modernas naciones europeas, según Bracho (ob. cit.), influyó  intereses de naturaleza diversas, en la que el Estado jugó un papel importante en la construcción de pueblos y de ciudadanía. Para este autor, el término pueblo no debe invocarse de manera unívoco. Lo nacional, convoca lo que Jorge Bracho denomina “yo colectivo o, la búsqueda de un sí mismo colectivo” (p. 22), que yo denomino un cierta fisonomía, particularidad dentro de la diversidad, una manera muy peculiar de ser, un colectivo con unos valores y una cultura muy heterogénea y una historia propia, que en el caso de Venezuela,  invoca a la gesta heroica de la Independencia, que es la razón de ser de la Patria o Nación venezolana. El planteamiento de Bracho, alude la gesta de la Independencia como la causa primigenia de la fundación de la República de Venezuela, por ello se acude al mito originario de la figura heroica, al culto del héroe, a los símbolos patrios, que Baralt, según este autor, reafirma en su Historia de Venezuela escrita en 1841, poniendo de relieve la hazaña heroica de la Independencia de Venezuela (como lo de carácter nacional).

     La Independencia de Venezuela estuvo bajo el influjo de la Revolución Francesa y la Revolución de los Estado Unidos de América, su primera Constitución Nacional de carácter liberal (1811) no deja dudas al respecto. A pesar de que de alguna manera la Independencia, es una reacción contra la Europa expansionista; es al propio tiempo una invocación a ella, Simón Bolívar, el líder más preclaro de América Hispana, lo expresaba, en 1819 en el Discurso Angostura de esta manera: “Americanos por nacimiento y Europeos (sic) por derechos…”, refiriéndose a los nacidos en suelo americano. No olvidemos que la guerra de independencia tuvo como motor un alto contenido social, económico, político y cultural (ver Carta de Jamaica, 1815), los cuales jugaron un papel fundamental en lo relacionado con lo nacional o la nacionalidad ¿Quiénes son, después de la gesta emancipadora, los ciudadanos con derechos civiles? ¿Qué papel jugó la cultura en este proceso?

     Al respecto, Hopenhayn en Follari y Lanz (Comps.) (1998); Hopenhayn (2000), refiriéndose al proceso cultural que se produjo en América Latina, lo define como una síntesis que se manifestó  a través de la creación artística  a lo largo de los siglos XVIII y XIX que se puede visualizar  en las fiestas populares, la danza, la música, el arte, la literatura, en la que se puede apreciar esa ambigüedad cultural, una historia hecha de mezcla  y coexistencia progresiva de identidades étnico-cultural, lo que viniera a explicar y a justificar el papel que ha jugado la cultura, en el carácter nacional, en la identidad nacional. Al respecto Calderón, Hopenhayn y Ottone (1996), se expresan así de los latinoamericanos: “Los latinoamericanos hablan sobre todo lenguas de origen europeo, forman parte de tradiciones étnicas y culturales que tienen, la mayor parte de ellas, raíces  muy profundas en Europa, en otros lugares del mundo como África, incluso Asia. (p. 82). ¿Qué somos entonces los latinoamericanos? ¿Con qué nos identificamos? ¿Poseemos una identidad nacional los venezolanos? Obviamente que sí. Pero lo propio, lo nuestro, lo que nos identifica como venezolanos y latinoamericanos, en muchos casos, tiene raíces profundas que se remontan al mundo antiguo, como la lengua, la religión, vemos aquí, que la tradición habla mejor que la modernidad.

Lo original del latinoamericano

     Esto nos obliga a reflexionar sobre nuestras raíces. Un qué somos los latinoamericanos, cosa no fácil de resolver. Es ir a nuestra esencia que se ubica en un pasado muy contradictorio, como lo es también, lo que somos. Esto ha sido tema de reflexión y de análisis de muchos intelectuales, filósofos, sociólogos e historiadores, quienes han encontrado en este tema un camino escabroso, escarpado, con muchas aristas. La conexión hispano-americana denota una diferenciación resplandeciente de una diversidad cultural, con frecuencia rechazada por propios y extraños.

      Este complejo mosaico cultural heterogéneo, de origen distinto, que el historiador español Rubert Ventos citado por Cervigón (2008) en Garrido (2008) denomina “el laberinto de la hispanidad”, aludiendo al laberinto del palacio de Cnossos, famoso por lo intrincado, en la que los que entraban en él, les dificultaba su salida, y en la mayoría de los casos, se perdían o terminaban devorados por un monstruo, el Minotauro. De igual manera, la búsqueda de lo qué somos los latinoamericanos, ha devorado páginas enteras de argumentaciones, muchas de ellas, se han perdido en estériles ejercicios intelectuales que no explican, sino más bien complican el asunto. Esa identidad producto de la combinación de elementos culturales provenientes de la América, África y Europa; estas últimas ya mestizas en tiempos del descubrimiento, que Carlos Fuentes, en una entrevista de Sergio Marras (1992) citado por Calderón, Hopenhayn y Ottone (1996), Hopenhayn en Follari y Lanz (Comps.) (1998) denomina “indo-afro-ibero-américa”, la Latino América, que es para Bracho un conjunto de conceptos, imágenes y situaciones que le han otorgado fisonomía en distintos momentos de la historia, producto de interconexiones, intercalaciones, superposiciones para afianzar su originalidad (latinidad).

     Para Bracho, América Latina como hija de la modernidad, se sustenta en la idea de progreso civilizador y  modernizante, de la que Europa  le sirvió de molde. La idea moderna de identidad en América Latina está asociada con latinidad, mestizaje, nación, cultura; que de alguna manera es la expresión de un “yo colectivo o, la búsqueda de un sí mismo colectivo”, como apunta Bracho. Una especie de atributo nacional, que emerge de la dimensión política y cultural del siglo XIX  latinoamericano. Un primer intento de búsqueda de latinidad  encarna en la obra Ariel (1900), de José Enrique Rodó, que tiene como telón de fondo lo occidental de América Hispana. El arielismo se configura como la representación ideológica que se caracteriza como la oposición al utilitarismo  anglosajón, imponiendo los valores de la cultura grecolatina. Es de algún modo una visión idealista, romántica de lo que debería ser la cultura latinoamericana, como modelo de nobleza y elevación espiritual.

     En esa búsqueda de lo original de lo latinoamericano, la Revolución Mexicana (1910) encabezada por la mayoría mestiza, sirvió de estandarte a dicho suceso, que además pobló la literatura, y combatió la "cultura orbe" impuesta por una élite anclada en el positivismo dieciochesco europeo. La idea de mestizaje, fue expresada en Bolivia, en manos de Franz Tamayo como la imagen cultural de esta nación. En Vasconcelos (raza cósmica) y en Ricardo Rojas (eurindia) el mestizaje es la expresión más acabada de la identificación del nativo con su territorio, en virtud de una ley universal de geografía humana, que busca juntar al nacionalismo y el relativismo cultural. De estos pensadores, quizá sea José María Arguedas (1973), en la que el mestizaje es concebido como un movimiento dinámico y dialéctico que lejos de debilitar a los pueblos originarios del Perú, saldrán más fortalecidos con la transculturación, cuyos inicios datan, según este autor, de la conquista, colonización y evangelización europea. Para Bracho (ob. cit.), tanto la idea de latinidad como la de mestizaje representan un intento de definir la identidad latinoamericana, que está asociada, como señala Claude Levi-Strauss (2000) citado por Bracho, a una construcción social que puede experimentar cambios en su contenido a lo largo de la historia. Fue de esta manera que la identidad  se convertiría en el fundamento esencial de las comunidades nacionales, es tan así, que para Franz Tamayo citado por Bracho (Ob. cit.) la identidad esté asociada a la imagen de la nación; la auténtica identidad latinoamericana.

El reto para los latinoamericanos

     Esto no es un camino fácil. Recordemos lo que  Karel Kosick (1967), en relación al ser humano, a lo que el hombre es, de esta manera: “El hombre vive en varios momentos, cada uno exige una clave distinta; no puede, en consecuencia, pasar de un mundo a otro sin poseer la clave correspondiente, es decir, sin cambiar de intencionalidad y de modo de aproximarse a la realidad". (p. s/n.). En el caso del ser latinoamericano, que vive momentos de cambios sustanciales, complejos procesos sociales y culturales, no es fácil definir bien la latinidad, más aún, si recordamos lo que plantea Jean Blondel citado por Aubá (1982), cuando expresa: “misterio es misterio porque no somos capaces de comprender la racionalidad de una secuencia de sucesos… (p. 182). De cómo engranar la realidad de una manera coherente, que podamos predecir el futuro, cada vez más incierto, es un gran reto, y si a lo expresado por este autor, le sumamos la reflexión de Marc Augé citado por Pérez (2004), en su obra: Los “no lugares” espacios del anonimato. Una antropología de la sobre modernidad, en la que refiriéndose a la época actual, que es productora de no lugares, espacios que no  son identitarias, ni relacionados, ni históricos, zonas efímeras y enigmáticas que crecen y se multiplican, donde las distancias se acortan, el contexto intercultural es cada vez más frecuente. Vivimos en el tiempo de la “anécdota del ahora”, donde los tiempos de los relojes chocan con el tiempo real, cómo definir nuestra latinidad. Si consideramos además, eso que Strinati (1995) citado por Picó (1999) denomina la anunciación de  un nuevo orden social en que la importancia y el poder de los medios de comunicación y la cultura popular gobiernan y configuran todas las otras formas de relaciones sociales, de una cultura esencialmente figurativa. Ese nuevo orden, esencialmente figurativo, de la economía digital, del lenguaje informático estandarizado como único idioma (universal), eso que McLuhan citado por Picó (ob. cit.), denomina implosión, es decir, el paso de la estructura centro-periférica de la civilización industrial, a la sincronía y la simultaneidad de los hechos, gracias a la cultura digital. En este contexto, cabe preguntarse: ¿Dónde queda, en un mundo como este, la geografía, la historia, la ascendencia étnica, la lengua, la religión que caracterizan a la nación? ¿Cómo elaborar una teoría general que sea de aplicación a todos los casos, y resolver las contradicciones por cada tema conflictivo de forma coherente y sistemática en el mundo actual? La búsqueda de lo latinoamericano sigue siendo hoy, al igual que ayer, una quimera que nos interroga como a Edipo Rey  la esfinge en la antigüedad ¿Qué es el hombre? ¿Qué somos los latinoamericanos? ¿Cuál es nuestro destino?

Conclusiones

     Cultura e identidad son términos que se han empleado de manera superpuesta, intercambiable como sinónimos a lo largo de la historia, lo que dificulta una conceptualización clara, que permita comprender por dónde se han desplegado su representación en América Latina para darle a ella, cierta fisonomía. Un intento de buscar la latinidad se expresa en terminologías tales como: mestizaje, indigenismo, afro descendiente, que colindan con la idea de nación que refiere adjetivos como alma nacional, esencia nacional, espíritu nacional, carácter nacional; que tienen connotación de carácter cultural, que está estrechamente vinculado al ámbito político.

     Pero más allá de todo esto, qué somos los latinoamericanos hoy, y qué identidad debemos adoptar más allá de la tradición venida de la modernidad, es decir, de lo que Marc Augé denomina sobremodernidad (surmodernité) o hipermodernidad (hypermodernité), que es el signo de nuestro tiempo, la cual implica nuevas relaciones con los nuevos espacios del planeta (digital), y una nueva individualización, una nueva ideología del presente, de un presente constantemente cambiando. Aquello que Habermas en Baudrillard y Otros (1998), denomina el nuevo valor aplicado a lo transitorio, lo alusivo y lo efímero, que revela el anhelo de un presente impoluto, inmaculado y estable. Dentro del presente-cambiante de las interconexiones digitales de la cultura global, de la segunda modernidad (la cultura) ¿Dónde queda la originalidad y representación y el imperativo de un sí mismo colectivo? Para decirlo con palabras de Bracho (2016) ¿Cuáles son y por donde se desplazan las fronteras culturales y las identitarias en el presente latinoamericano?

REFERENCIAS
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— Wallerstein, I. (1998). Después del liberalismo (2a. ed.). México: Siglo XXI Editores.

Muestra Visual

 Víctor Sanchez (2016) La linea del ser interno.  

Colección y fotografía: Manuel Bas. Venezuela